Estudiando filosofía

¿Qué es la substancia?

El de substancia (o sustancia) es uno de los conceptos clásicos de la metafísica en el pensamiento occidental. Para esclarecer su significado, trazaremos un breve recorrido histórico atravesando los principales hitos en el desarrollo del concepto. Además, expondremos algunas de las líneas de pensamiento que en los últimos tres siglos han propuesto una crítica y supresión del concepto, por lo general siempre en el contexto de una crítica a la metafísica tradicional en su conjunto.

Origen etimológico del término

Partiendo de su etimología, substancia proviene del latín substare, "estar debajo" o "subyacer". Esto ya nos da una primera pista de cuál llegará a ser el significado de este concepto. Sin embargo, el origen de la metafísica occidental está en Grecia, por lo que debemos preguntarnos qué término(s) fue(ron) traducido(s) del griego al latín con esta palabra.

Parece ser que el primero que la empleó en un sentido filosófico en latín fue Séneca (s. I d.C.) traduciendo el griego hypóstasis. Con ella, quería referirse a lo que es real, frente a lo que es imaginario, o a lo que está presente, frente a lo que es ausente. Posteriormente, Quintiliano utilizó substantia para traducir el griego soma, cuerpo.

No obstante, el momento más decisivo se encuentra en la elección del término substantia para traducir el concepto aristotélico de ousía. Los intérpretes contemporáneos de Aristóteles coinciden en considerar que habría sido más apropiado traducirlo por essentia, puesto que el término ousía se deriva directamente del verbo einai ("ser") y no posee las connotaciones de "soporte" o "lo que subyace" que posee etimológicamente la noción de substantia. En este sentido epistemológico, hay otro término griego mucho más próximo a substantia: hypojéimenon. En cualquier caso, como la elección de substantia como traducción de ousía fue la empleada por influyentes traductores y comentadores de Aristóteles desde muy temprano (como San Agustín y Boecio), así es como ha pasado a la tradición.

Aristóteles y Tomás de Aquino

En Aristóteles podemos distinguir dos usos de la noción de substancia. Primariamente, substancia es aquello que no puede ser predicado de otro y que no está en el sujeto; dicho en otras palabras: es el ente particular y no es un accidente (sino, precisamente, un soporte de accidentes). Esta, que se ha llamado substacia primera, es individual y única, se basta a sí misma y no le pertenece propiamente ningún nombre ni predicado. No obstante, de ella se pueden predicar cosas, entre las cuales la substancia segunda, que consiste en la especie y géneros a los que la substancia individual pertenece (lo que en periodo medieval vendrían a llamarse universales). La substancia segunda, para Aristóteles, existe realmente pero de forma inmanente a la primera, y no independientemente y en un plano abstracto, como en el caso de las Formas o Ideas de Platón.

La problemática aristotélica permanece en segundo plano a lo largo de la historia del pensamiento cristiano hasta que se produce el redescubrimiento de su obra entrado ya el segundo milenio de nuestra era. De gran influencia sería para Tomás de Aquino, quien definiría la substancia como "aquello que es en sí y no como su sujeto de inhesión". Aclaremos esta definición. Aquino, igual que Aristóteles, define la substancia por contraposición a los accidentes. La modalidad de ser propia de la substancia es la de subsistir, es decir, existir por sí misma, mientras que la de los accidentes es inherir a una sustancia, o lo que es lo mismo, dependen de una substancia para existir. La substancia en cuanto substancia primera es elemento fundamental de la realidad y se corresponde con el ente individual realmente existente.

La substancia en el racionalismo

Si bien no se debe infravalorar la influencia de la escolástica en la filosofía que inaugura la Modernidad, es cierto que sí se producen algunas modificaciones (en particular, el impulso decisivo concedido a la cuestión epistemológica) que se harán notar en la elaboración que los filósofos racionalistas harán del concepto de substancia.

En primer lugar, Descartes define la substancia como aquello que existe de forma que no necesita más que de sí misma para existir. En sentido estricto, solo Dios cumple con esta definición, y en efecto Descartes lo llamará res infinita (substancia infinita). No obstante, señala que todas las demás cosas existentes se pueden considerar dependientes de o reductibles a otras dos substancias que a su vez solo requieren el concurso de Dios. A estas substancias finitas las llamará correspondientemente res cogitans y res extensa. Todas las demás cosas existentes son atributos o cualidades de estas substancias.

Como se puede notar, esta definición implica un importante cambio con respecto a los precedentes de inspiración aristotélica: ya no hay una pluralidad de substancias, correspondientes a la pluralidad de entes particulares, sino solo tres substancias de las cuales todos los entes particulares son un atributo. Queda substantivado así el yo pensante (cogito) y se abre el problema sobre la comunicación entre el pensamiento y la extensión (o entre la mente y el cuerpo), al que nos referiremos más adelante.

Spinoza recoge la definición de Descartes de substancia, a la que define como "aquello que existe en sí y se define por sí, es decir, que para formar su concepto no requiere del concepto de ninguna otra cosa" (Ética). Llevada a sus últimas consecuencias, y superando las contradicciones de Descartes, para Spinoza esto implica afirmar que existe una única substancia, Dios. En tanto la definición de esta substancia implica que es causa de sí misma (causa sui), a ella le corresponde existir necesariamente. Además, debe ser una substancia infinita y única, puesto que para que tuviera límite debería estar limitada por otra substancia que tuviera los mismos atributos, y es absurdo concebir dos substancias distintas con exactamente los mismos atributos (serían indiscernibles). Por tanto, existe una única substancia infinita, lo que implica que es coincidente con el mundo mismo; tenemos aquí el Deus sive Natura spinoziano. Bajo esta concepción, pensamiento y extensión ya no son substancias, sino dos de los infinitos atributos de la única substancia (los únicos dos que la mente humana puede conocer), y la totalidad de los entes debe concebirse como modificaciones (modos) de tales atributos.

Por el contrario, Leibniz regresa al pluralismo aristotélico y considera la substancia como el ente dotado de fuerza de obrar. Empleará el célebre concepto de mónada (procedente del griego monas, "uno") para referirse a las substancias. Existe una multiplicidad de mónadas, que, por tanto, son diferentes entre sí y finitas. Las mónadas existen desde que el universo existe y son inextensas y simples, por lo que no se pueden formar ni se pueden deshacer. Además, están fundamentalmente caracterizadas por sus dos actividades: el apetito y la percepción. El apetito se define como el principio interno de actividad que produce el paso de una percepción a otra. La percepción, por su parte, es la fuerza representativa que toda mónada posee (y no solo las mónadas correspondientes a los seres humanos): todas las mónadas se representan la totalidad del universo, si bien con diferentes grados de claridad y distinción. Cada mónada contiene dentro de sí (pues las mónadas "no tienen ventanas") la representación de la totalidad del universo, pero desde una perspectiva única, que es la que las caracteriza como mónada única.

Como adelantábamos más arriba, el problema al que todos los racionalistas se enfrentaron a la hora de desarrollar su concepción de la substancia es el problema de la comunicación entre substancias distintas, que en Descartes se planteaba como el problema de la comunicación entre la res extensa y la res cogitans en el ser humano: ¿cómo puede el pensamiento -por ejemplo, la voluntad- causar el movimiento en el cuerpo, si se trata de dos substancias fundamentalmente distintas e independientes entre sí? Se han dado distintas respuestas a este problema:

  • Descartes, que mantuvo su dualismo, propuso el papel de la glándula pineal en el cerebro humano como lugar donde el pensamiento se comunica con la extensión del cuerpo humano.

  • Spinoza propuso su doctrina del paralelismo sobre la base de su propuesta monista. Pensamiento y extensión no son dos substancias diferentes, sino dos atributos de la misma substancia; no existen relaciones causales entre ellos, sino que en cada atributo se manifiesta de una determinada manera lo que es un fenómeno único realizado por la substancia única.

  • Malebranche fue el principal exponente de la propuesta ocasionalista, según la cual Dios interviene constantemente en el mundo para ajustar pensamiento y extensión: cuando se produce un movimiento en el cuerpo, Dios interviene para comunicarlo a la mente y viceversa.

  • Por último, Leibniz propuso la noción de la armonía preestablecida, según la cual Dios intervino solo al inicio, para ajustar o "armonizar" todas las mónadas entre sí, al modo de un relojero que da cuerda a los relojes una vez y después estos permanecen sincronizados.

Primeras críticas a la substancia en el empirismo

A diferencia de los racionalistas, los empiristas dieron lugar a un debilitamiento o incluso una crítica radical al concepto de substancia, sobre la base de su teoría del conocimiento basado en la experiencia.

Locke fue el primero en introducir este planteamiento, si bien no lo llevó a sus extremas consecuencias. Planteó que la substancia es el soporte que imaginamos que existe de las cualidades que percibimos (y que son las que forman ideas en nosotros) y que no concebimos que puedan existir sine re substante. No obstante, con esto no llega afirmar radicalmente que la substancia no exista en absoluto, sino más bien que no podemos hacernos de ella una idea clara y distinta.

Sería Berkeley el primero en arrojar una crítica directa contra la noción lockiana de substancia material. Debemos tener presente que para Berkeley, solo en la medida en que algo es percibido existe, por lo que este criterio de existencia es fundamental para comprender su argumento, que es el que sigue: suponiendo que existe un substrato de las cualidades sensibles que percibimos, este no debe ser una cualidad sensible en sí mismo; si no es una cualidad sensible, no puede ser percibido, y si no puede ser percibido, no existe; o bien, el substrato de las cualidades sensibles es en sí mismo una cualidad sensible, pero entonces tendría que haber a su vez otro substrato, y así sucesivamente en una regresión al infinito. Por tanto, todo cuanto existe son agregados de cualidades sensibles.

En Hume, siguiendo la estela de Locke y Berkeley, la crítica a la noción de substancia toma todo su peso. Para él, la substancia es una colección de ideas simples que nos hemos habituado a encontrar en proximidad, que, por tanto, unimos en nuestra imaginación y a la que atribuimos un nombre único para facilitar recordar (o recordarles a los demás) la colección entera. En otras palabras, la substancia no es más que una creencia fundada en la costumbre, que nos impele a anticipar que unas impresiones se produzcan en contigüidad o sucesión unas de otras sobre la base de que en la experiencia pasada las hemos encontrado así. Siendo que en Hume el criterio de verdad se encuentra apelando a la experiencia (tratando de rastrear cada idea a su impresión original), la conclusión es que la substancia como tal no existe, pues no se corresponde a ninguna impresión proveniente de la experiencia.

La substancia en el idealismo

El sistema kantiano arranca con la intención de encontrar una síntesis entre el racionalismo y el empirismo. Fuertemente impactado por el pensamiento de Hume (de quien diría que lo hizo despertar de su "sueño dogmático), conserva la idea de que la substancia ya no puede pensarse como ya dada y existente en sí. Sin embargo, quiere superar las conclusiones escépticas a las que conducen las ideas de Hume, de modo que necesita fundamentar de alguna manera conceptos como el de substancia que permitan concebir la existencia y validez de un conocimiento objetivo y universal.

Esto lo logra con su giro trascendental, por el cual las condiciones de posibilidad los objetos se identifican con las condiciones de posibilidad del conocimiento; dicho de otro modo, los objetos se constituyen a través de la actividad sintética de la sensibilidad y del entendimiento humano. El entendimiento, equipado con conceptos puros a priori, toma los datos recibidos por la sensibilidad y con ellos llega al conocimiento. Uno de esos conceptos puros es el de substancia, que en el sistema categorial kantiano está asociada a los juicios categóricos (según relación). Así pues, la substancia ya no es una característica de la realidad en sí, independiente de la actividad mental humana (como en el racionalismo), pero tampoco es mera ficción (como en el empirismo).

Por otra parte, en el idealismo absoluto de Hegel se produce otra importante innovación. En el prólogo de la Fenomenología del Espíritu, Hegel afirma que se trata de aprehender lo verdadero no solo como substancia, sino también como sujeto. Con esto, supera la separación clásica entre sujeto y objeto y la noción pasiva e inerte de substancia, en favor de una concepción en la que todo lo real es un momento del despliegue de la Razón o el Espíritu Absoluto, y por tanto posee una subjetividad, entendida como principio de acción o movimiento, de carácter dialéctico, interno a sí misma.

Superación del concepto de substancia

En el pensamiento contemporáneo, la noción de substancia ha ido siendo sometida a un proceso de crítica y abandono. Uno de los exponentes más destacados e influyentes de esta crítica es Nietzsche. Para Nietzsche, la noción de substancia es un "error", invención humana cuyo carácter de invención ha sido posteriormente olvidado (como ocurre con toda la metafísica). Su origen es la necesidad de seguridad, de dar consistencia y orden a una realidad que en sí misma es constantemente cambiante, puro movimiento y devenir, cuyo principio es la voluntad de poder. Este planteamiento tendría una gran influencia entre los pensadores vitalistas. Por otra parte, los neopositivistas y fenomenistas rechazarían también el concepto de substancia retrotrayéndose al enfoque humeano.

En el siglo XX, Heidegger sería el gran "destructor" de la metafísica tradicional. Frente a ella, instaría a pensar el ser ya no en términos de presencia (como un tipo de ente más), sino en términos de diferencia (precisamente, de diferencia ontológica entre el ser y el ente). Este planteamiento sería muy influente en la hermenéutica filosófica y en el pensamiento posmoderno. Por ejemplo, Derrida plantea una crítica a la que llama "metafísica de la presencia" y propone en su lugar un enfoque basado en la diferancia (différance), expresión con la que quiere señalar tanto el carácter internamente contradictorio de cualquier texto (entendido en sentido amplio), cuya oposición y contraste es previo a cualquier identidad, como el constante diferir temporal que se produce en sus significados y que se resiste a cualquier estabilidad o permanencia. Por otra parte, Vattimo plantea, sobre esta base, la necesidad de una metafísica y un pensamiento débil, basados en este debilitamiento del ser, entendidos como un pensar que no busque ya fundamentos últimos o primeros ni certidumbres absolutas.

En consecuencia, la noción de substancia, en el sentido filosófico tradicional que hemos venido trazando, se puede considerar superada o abandonada en el pensamiento contemporáneo.

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