Definiendo el ente
El ente es el objeto fundamental de la metafísica. Designa el elemento común y básico de todas las cosas: el hecho de que son. Es decir, decir que tomamos el ente como objeto de estudio significa decir que estudiamos la cosa en cuanto es (nótese que el término “ente” representa el participio presente del verbo “ser”). Por tanto, como puede entreverse, esta noción está en estrecha relación con otras nociones metafísicas básicas, como ser, esencia, existencia, trascendentales, etc. En el presente texto iremos explorando los modos en que estos conceptos se han identificado, distinguido y relacionado entre sí.
Antes de avanzar, conviene descartar algunos posibles equívocos con respecto a la noción de ente:
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El ente no designa solo objetos particulares: los filósofos que admiten la existencia de universales los consideran como entes universales (véase El problema de los universales).
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El ente no existe necesariamente: por ejemplo, en Aristóteles el ente se dice de muchas maneras pero solo subsiste la substancia (hipojéimenon), no así los accidentes; por otra parte, en la filosofía medieval, los entes de razón se considerarán no existentes de manera separada y los entes creados no son necesariamente existentes.
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El ente y el ser no son lo mismo: pese a que no todos los filósofos harán esta distinción (por ejemplo, como veremos, Parménides), ya se insistirá en ella durante el periodo medieval y en el siglo XX Heidegger la señalará con ahínco.
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El ente no es el trascendental1 fundamental: como mostraremos más adelante, esta tesis vale para las metafísicas realistas, pero no para las idealistas, donde será el pensar lo que funde el resto de trascendentales.
Una vez hechas estas aclaraciones, podemos examinar ahora la formación y sentido de la idea de ente, lo que haremos desde dos puntos de vista: desde un punto de vista lógico y desde un punto de vista histórico.
Formación lógica del ente
Desde el punto de vista lógico, cabe hacernos las siguientes preguntas al respecto del ente:
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¿Qué noción es previa al ente? O ¿de qué noción se deriva el ente?
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¿Qué nociones fundamenta, a su vez, el ente?
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¿Cuál es el lugar del ente en el orden trascendental?
Abordaremos estas preguntas desde los dos enfoques históricos del problema –el realismo y el idealismo–, lo que nos permitirá también caracterizarlos.
En una metafísica realista, el ente se deriva del ser. El ser es aquello en lo que el ente –en tanto cosa que es en cuanto es– consiste o, dicho de otro modo, el ente es quien realiza el ser. Por eso, a su vez, el ente es lo que da sentido al ser, pues en él el ser se actualiza. Por esta razón, el ente será el fundamento del orden trascendental, ya que el resto de trascendentales se apoyarán en él, lo requieren como dato primero.
Por el contrario, en una metafísica idealista, el ente se deriva del pensar. El ser no es independiente, sino que se da en la relación con el pensamiento. El ente no está ya dado, sino que es producto de la actividad sintética del sujeto pensante que conoce al objeto. Mediante esta actividad sintética, con la idea de ente se pueden fundamentar otras nociones (en Kant, por ejemplo, es el caso de las ciencias puras a priori de la matemática).
Así pues, si tenemos que dar una definición mínima del realismo y del idealismo en relación con la problemática del ente, sería esta: en el realismo, el ente es independiente del pensar, mientras que en el idealismo solo se da en la relación con el pensar.
Formación histórica de la idea de ente
Los abordajes realista e idealista de la cuestión del ente responden en buena medida a un proceso de desarrollo histórico en el que se ha ido definiendo la problemática del ente, su naturaleza, sus características y su lugar en el orden metafísico. Por ello, y para entenderlos en mayor profundidad, vamos a examinar a continuación los principales hitos y contribuciones en el diálogo histórico entre los grandes filósofos occidentales.
Metafísica realista
El primer filósofo cuyo pensamiento se ha desplegado en torno a la idea de ente es Parménides (finales del siglo VI a principios del siglo V a.C.). Frente a los pensadores precedentes (los físicos milesios), Parménides toma como punto de partida en su poema Sobre la naturaleza la cosa en cuanto es, es decir, el ente. De este modo, efectúa un pasaje desde la problemática física hacia la problemática propiamente ontológica. Dos son sus consignas fundamentales: que el ser se identifica con el intelecto (el noûs) y que “el ser es, el no ser no es” (lo que en lógica más adelante vendría a conocerse como principio de identidad). Esto da lugar a varias consecuencias. En primer lugar, el ente recibe los atributos de único, eterno, inmóvil, infinito, inmutable. De ello se desprende que los entes materiales no son, puesto que se caracterizan por estar sujetos a la generación y a la corrupción, y ambas implican el no ser; por tanto, el mundo sensible es solo aparente, es falso. De la mano con esto, la negación del no ser implica la negación del movimiento y del cambio, lo que imposibilita por definición cualquier física filosófica (puesto que su objeto es, precisamente, los entes en tanto son móviles).
Platón (siglo V a.C.) recoge el testigo de la problemática ontológica, introduciendo sustanciales modificaciones que pretenderían resolver algunas de las aporías planteadas por la propuesta parmenidea. En primer lugar, introduce una forma de distinguir entre ser y ente –donde Parménides no había reconocido distinción alguna–, de tal modo que el ente no coincide con aquello que lo hace ser ente. En el caso de los entes sensibles, son los entes suprasensibles o Ideas aquello que los hace ser –mediante la participación–, y, las Ideas, que a su vez necesitan un fundamento de su ser, lo encuentran en la Idea de Bien, que, según Platón, no es un ente más como tal (de lo contrario nos llevaría a una regresión al infinito). En otras palabras, lo que Platón está introduciendo –y esto será decisivo en la historia de la filosofía– es una gradación del ente, que admite distintos grados o perfecciones del ser. Pese a su multiplicidad, las Ideas platónicas poseen los mismos atributos que el ser parmenídeo: son únicas, eternas, inmutables e inmóviles.
Aristóteles (siglo IV a.C.) será el primer gran sistematizador de la cuestión del ente –y, más en general, de la metafísica–, considerado el objeto propio de la filosofía primera. Con respecto a Platón, una de las contribuciones más destacadas es la plurivocidad del ser. Del ente, o del ser, dirá que “se dice de muchas maneras”: como sujeto o como predicado, de forma verdadera o de forma falsa, según el acto o según la potencia, o conforme a las categorías. Además, definirá el ser como el predicado universal (aquel que se puede predicar de todo sujeto) que es intuitivamente comprendido por todos, sin mediación, y que, no obstante, es un atributo vacío (no añade nada al sujeto) ni es ningún género (no admite especificaciones, puesto que, si las admitiera, estaría conteniendo dentro de sí el no ser, lo cual es contradictorio).
Con respecto a la noción de ente, se han traducido con el latín “substantia” dos términos diferentes empleados por Aristóteles: el hipojéimenon o soporte de los accidentes (que es la primera categoría o característica del ser universal), y la ousía o totalidad de los haberes del sujeto. Si bien el hipojéimenon es lo que propiamente constituye la esencia de una cosa (es decir, es lo que lo caracteriza como tal cosa), sobre la base de la plurivocidad del ser hemos de tener presente de que el accidente es también un tipo de entidad. Es, de hecho, esta plurivocidad del ser la que permite reinstalar la física al interior de la filosofía y admitir los entes materiales, ya que gracias a la doctrina del acto y de la potencia el movimiento y el cambio quedan salvados. En efecto, Aristóteles sostendrá la composición hilemórfica de los entes sensibles (conformados por materia y forma).
Además, Aristóteles considera que el ente puede ser objeto de estudio tanto en cuando es móvil (en el caso de los entes sensibles –que se dividen en corruptibles e incorruptibles–, estudiados por la física –infralunar y supralunar respectivamente–) o en cuanto ente (ousía), lo que corresponde a la filosofía primera. También corresponde a la filosofía primera el estudio de los entes suprasensibles o divinos (theoi), lo que vendría a constituir la teología.
Con la integración del cristianismo en la filosofía griega, se introduce la distinción entre esencia y existencia, que queda aparejada con la gradación del ente introducida por Platón. Dios es, en la escolástica, el ente propiamente dicho, en tanto es Él quien realiza el ser en su perfección; en este sentido, las criaturas son entes solo de forma derivada e imperfecta. Solo en Dios esencia y existencia coinciden (o lo que es lo mismo, su existencia es necesaria), mientras que para los entes creados la existencia es contingente. Tomás de Aquino (siglo XII) retomará el hilemorfismo aristotélico aplicado a las criaturas sensibles (no así a las inteligibles –los ángeles– ni a Dios). Los distintos pensadores escolásticos debaten sobre cuáles son exactamente los trascendentales del ser, pero están generalmente de acuerdo en que el trascendental fundamental es el ente (ens), puesto que sobre él reposan el resto de trascendentales. Algunos de los trascendentales reconocidos junto con el ens durante este periodo son la res y el aliquid (tomados por prácticamente sinónimos del ens, y en ocasiones asimilados), el unum, el verum, el bonum y, en algunos casos, el pulchrum. Dios se identifica con todos los trascendentales, mientras que los demás entes admiten una gradación.
Del realismo al idealismo
Un primer “amago” del idealismo lo encontramos en Descartes y, en general, con el racionalismo. En el racionalismo el punto de partida no es el ser, sino el modo de acceso al ser (el “método”). En su razonamiento, Descartes comienza por “yo pienso” (después substancializado como res cogitans) y solo a través de él llega a Dios y a la realidad material. No obstante, no podemos calificarlo de idealista, puesto que la realidad a la que accede (la res extensa) es independiente de la actividad de su pensamiento, está ya dada.
Similarmente, en el empirismo se parte también del modo de acceso al ser, considerado en este caso no la intuición intelectual, sino la intuición sensible. Característicamente, y aquí es donde se va produciendo la aproximación al idealismo, el ente ya no es considerado en cuanto tal, sino en cuanto es percibido por el sujeto (bajo la forma de “impresión”, en Hume). De hecho, el pensamiento de Hume sería notorio por su cuestionamiento radical de nociones como la de substancia, de la que, en su opinión, no es posible dar justificación empírica: todo lo que conocemos son impresiones que por operaciones de la mente podemos fijar y agregar entre sí, conformando ideas y relaciones de ideas. No obstante, se mantiene un cierto poso realista, en tanto el sujeto que piensa es dado por sentado y, por tanto, los mecanismos de afinidad por los cuales las impresiones se agregan no resultan explicados, son, en cierto sentido, ya dados.
Metafísica idealista
El idealismo en metafísica es introducido como tal por Kant quien, con su giro trascendental, identifica las condiciones de posibilidad del objeto con las condiciones de posibilidad del conocimiento del objeto. De esta forma, las nociones metafísicas clásicas dejan de ser propiedades del ente considerado independiente, en sí, y pasan a ser conceptos puros a priori del entendimiento o categorías. Las categorías en Kant son los diversos modos en que puede darse la síntesis entre sujeto y objeto (por ello, las deduce de los tipos de juicio) y constituyen las modalidades fundamentales del concepto de un objeto en general. Consideradas desde otro ángulo, son las afirmaciones implícitas a todo conocimiento objetivo.
De entre las doce categorías que Kant designa, nos interesan, en relación con la problemática del ente, en particular dos de ellas:
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La categoría de substancia, que Kant deduce de los juicios categóricos según relación (que son aquellos en los que lo afirmado por el predicado se considera necesariamente perteneciente al sujeto).
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La categoría de existencia, que Kant deduce de los juicios asertóricos según modalidad (que son aquellos juicios verdaderos cuya verdad no es necesaria, sino contingente).
El planteamiento de Kant tiene como consecuencia que el ente no es ya dado e independiente, sino producto de la actividad sintética del sujeto pensante. Este sujeto pensante tampoco es un ente substancializado, como en la res cogitans de Descartes, sino que es un sujeto trascendental y se da siempre en la relación con el objeto. Por supuesto, lo “trascendental” ya no designa aquí las propiedades en sí de un ente independiente, sino que se refieren precisamente a las condiciones de posibilidad del ente, que son también las posibilidades de conocimiento del ente.
Posteriormente a Kant, se han dado otras formas de idealismo, como el idealismo absoluto de Hegel, quien introduce en la concepción del ente la historicidad o movimiento dialéctico. En él, el ente es solo un momento en el despliegue del Espíritu Absoluto o Razón, cuyo movimiento se produce gracias a la contradicción inherente al ente y a sus relaciones con otros entes. En consecuencia, la razón es el germen de la realidad, tal y como lo recoge la célebre expresión “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”.
Intentos de superar el realismo y el idealismo
Entrados en el siglo XX, pareciera que el debate entre realistas e idealistas comenzaba a mostrar signos de desgaste. Es en este periodo cuando empiezan a aparecer planteamientos filosóficos que se proponen superar la oposición entre idealismo y realismo a través de la superación de la dicotomía ser-pensar. Un modo de hacer esto será identificar una noción aún más fundamental que aquellas dos, sobre la que ambas estarían fundadas.
El intento más notorio del pasado siglo es el de Heidegger, quien insistió a lo largo de toda su obra en la “diferencia ontológica” entre el ser y el ente. El ser –esgrimía– no es un ente más, y tratarlo como tal es el error fundamental de la metafísica tradicional, a la que más bien podría denominarse “ontoteología”, por cuanto ha tratado al ser como una suerte de ente supremo, pero ente al fin y al cabo. El ser no puede ser investigado de forma científica ni, en general, ser iluminado por la luz de la razón, pues esto implica tratarlo como un ente más. Por el contrario, el ser es la luminidad misma que permite que los entes se desvelen ante el hombre. Esto es posible porque el hombre es un tipo especial de ente en virtud de su especial relación con el ser (a lo que se refiere con las célebres fórmulas del hombre como “pastor del ser” o “morada del ser”); de hecho, Heidegger llama al hombre Dasein, “ser ahí”. El Dasein se caracteriza por su aperturidad, por su no estar ya dado o su encontrarse fuer a de sí, lo que Heidegger llamaría Existenz, dándole al término un sentido diferente al de la existentia escolástica, con gran influencia para el existencialismo. Así pensar el ser no consistiría en aprehender conceptualmente el ser, sino más bien de dejarse aprehender por el ser mismo.
Por otra parte, Ortega, contemporáneo de Heidegger, sostendría su huida del idealismo y del realismo sobre la base del concepto más fundamental de “vida”, entendido como la unión del “yo” y su “circunstancia”. La actividad fundamental del hombre –argumentaba– no es el ser, puesto que el hombre no recibe su ser ya dado, sino que debe construírselo para sí mismo, elaborando un proyecto. En consecuencia, tampoco el pensar es su actividad fundamental, puesto que todo ejercicio de la razón se subordina a la realidad más elemental (más “radical”) que es la vida misma. Estos son los presupuestos que dan lugar al raciovitalismo orteguiano, sobre cuya noción de “vida” trataría de fundamentar la metafísica.
Por supuesto, este es solo un somero resumen, que pretende dar cuenta de la dirección que a grandes rasgos ha seguido la problemática del ente y algunos de los principales hitos en su definición. Son muchos los matices que podrían agregarse y las problemáticas correlacionadas, así como son numerosas y profundas las propuestas de reforma o destrucción de la metafísica y de sus objetos y nociones clásicas que se han dado durante el siglo XX.
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Los trascendentales son las características o propiedades fundamentales que todo ser tiene por el hecho de ser (o lo que es lo mismo, las características del ente). ↩