Introducción
El de los universales es uno de los problemas clásicos de la metafísica tradicional. Antes de pasar a plantearlo, necesitamos una definición preliminar de universal (teniendo presente que esta no es la definición unánime), considerándolo en contraste con el particular: el universal sería aquella propiedad o relación que se ve ejemplificada por diversos particulares.
Los universales pueden ser propiedades, como por ejemplo la "blancura", pero también relaciones, como "ser mayor que". Las relaciones pueden ser del particular con otro particular (como el ejemplo ya mencionado), del particular con otro particular o consigo mismo (como "ser tan alto como") o ser una relación solo consigo mismo, lo que corresponde a la relación de identidad. Por último, debemos considerar que además de los universales "naturales" como los que hemos mencionado, son universales a tener en cuenta también otros que pudieran parecer arbitrarios, como "pesar 2kg y encontrarse en Madrid", pues varios particulares podrían ejemplificar este universal.
A partir de este planteamiento, lo que se plantean son dos cuestiones fundamentales:
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¿Existen realmente los universales o solo existen los particulares? Esta cuestión dará lugar respectivamente a las posturas realistas y nominalistas.
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Si los universales existen realmente, ¿cuál es su naturaleza? Las distintas respuestas a esta pregunta dan lugar a las diversas variedades de realismo.
Abordaremos en primer lugar la primera pregunta, considerando los argumentos realistas en favor de la existencia de los universales, así como las refutaciones planteadas por los nominalistas. A continuación, examinaremos tres variedades del realismo -el platonismo, el conceptualismo y el realismo inmanente- y, por último, algunas de las distintas versiones del nominalismo.
¿Existen los universales realmente?
El realismo ha sido defendido fundamentalmente mediante dos argumentos: el de lo uno sobre los muchos y el del compromiso ontológico.
Argumento de lo uno sobre los muchos
Este argumento, que es con el que se ha defendido el realismo desde la Antigüedad (aunque en el siglo XX ha sido considerado plausible por Quine y Lewis) toma la forma de un razonamiento de la mejor explicación, un tipo de argumento no deductivo (frecuentemente llamado abductivo), que podemos formalizar de la siguiente manera:
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Premisa 1 (P1): Los objetos x e y guardan entre sí una semejanza que debe ser explicada.
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Premisa 2 (P2): La mejor explicación es que existe una propiedad P de la que tanto x como y son ejemplos.
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Conclusión (C): La propiedad P es un universal existente.
La refutación nominalista puede seguir dos vías, según la premisa que pretenda refutar:
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Con respecto a P1, un nominalista podría negar que la semejanza deba ser explicada, considerando que se trataría de un hecho bruto, no explicable en términos de hechos más básicos.
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Con respecto a P2, un nominalista podría no aceptar esta como mejor explicación. Si la semejanza entre x e y consistiera en la blancura, podría aducirse una explicación alternativa: x posee unas características que hace que por refracción de la luz que recibe emita ondas lumínicas de una determinada frecuencia que el aparato sensorial humano percibe como blancas, y semejantemente ocurre para y. Como esta es una explicación científica, y no metafísica, sería también una mejor explicación, con lo que el argumento queda invalidado.
Argumento del compromiso ontológico
Más recientemente, se ha empleado para defender el realismo el argumento del compromiso ontológico, que se deriva de la noción propuesta por Quine: un enunciado S está ontológicamente comprometido con una entidad E si requiere de su existencia para poder ser considerado verdadero. Este se considera en la actualidad el argumento más fuerte en defensa del realismo.
Una oración simple del tipo x es F está comprometida ontológicamente con el sujeto, x, aunque no con el predicado F. Por ejemplo, enunciando "Madrid es grande", nos comprometemos ontológicamente con la existencia de Madrid, pero no con la "grandeza". No obstante, los realistas han argumentado que un enunciado así podría reformularse como "La grandeza es una propiedad de Madrid", donde, al ser el sujeto el universal "grandeza", nos estaríamos comprometiendo con la existencia de un universal. En otras palabras, el argumento se puede formular tal que:
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P1: En el habla cotidiana y en la ciencia se profieren habitualmente enunciados que implican compromiso ontológico con universales.
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P2: Dichos enunciados son verdaderos.
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C: Los universales existen.
Nuevamente, los nominalistas descartan este argumento mediante el rechazo de una de las dos premisas:
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Con respecto a P1, los nominalistas hermenéuticos afirman que en los enunciados que implican universales en realidad no se da un compromiso ontológico para con ellos.
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Con respecto a P2, los nominalistas radicales consideran que los enunciados ontológicamente comprometidos con universales no son realmente verdaderos.
Variedades del realismo
Entre quienes toman los universales como realmente existentes, existe una división con respecto a la naturaleza que atribuyen a tales universales.
Platonismo
El platonismo es, quizá, la versión más antigua del realismo con respecto al problema de los universales, y es también en la actualidad la variedad del realismo más aceptada. Se caracteriza por considerar que los universales son entidades abstractas, pertenecientes a un plano ontológico distinto del de los particulares que los ejemplifican, un plano carente de espacio-tiempo y de nexos causales e independiente de los seres humanos.
Esta postura se enfrenta a dos problemas:
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La regresión de Bradley.
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El problema del conocimiento.
Si un universal u1 y un particular p1 guardan entre sí un determinado tipo de relación R (la relación de ejemplificación), tal que tenemos u1Rp1, tendremos que los pares u1Rp1, u2Rp2, u3Rp3, etc., están a su vez relacionados por el hecho de compartir el universal R. Continuando así, alcanzaríamos una regresión al infinito, que ha recibido en el siglo XIX el nombre de regresión de Bradley, en honor al matemático que la formuló. Los realistas responden a este argumento de dos maneras:
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Afirmando que la relación de ejemplificación es un nexo de naturaleza diferente a los demás universales de relación y que, por tanto, no admite esta regresión al infinito.
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Aceptando que la regresión al infinito tiene lugar, pero considerándola no problemática.
Por otra parte, se plantea el problema de cómo pueden conocerse los universales si son entidades abstractas. Si asumimos la concepción epistemológica habitual de que el conocimiento requiere algún tipo de relación causal entre el objeto conocido y el sujeto conocedor, ¿cómo sería posible conocer un objeto que, por su naturaleza, es ajeno a las relaciones causales? Un realista solo podría resistir a este problema planteando una teoría epistemológica que admita una forma especial de conocimiento de los universales o bien tendrá que decantarse por otra forma de realismo.
Conceptualismo
A diferencia del platonismo, el conceptualismo considera que los universales son entidades concretas, de modo que sí están sujetas a las relaciones causales y se encuentran en el espacio-tiempo. Además, los universales son considerados entidades mentales, existentes en la mente del sujeto. Si bien no está sujeto al problema del conocimiento que afectaba al platonismo, el conceptualismo enfrenta otros problemas que hacen que no sea una postura muy aceptada entre los realistas:
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El problema de la comunicación.
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El problema del error.
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El problema de la finitud.
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El problema de la dependencia con respecto a la mente humana.
En primer lugar, si los universales existen como entidades mentales en la mente del sujeto, nos encontramos con una explosión de los universales: cada sujeto tendría sus propios universales y además estos cambiarían en el tiempo. Esto da lugar tanto al problema de la comunicación como al del error. No queda claro cómo podríamos determinar que dos individuos están hablando de lo mismo cuando se expresan de acuerdo con respecto a una misma afirmación que implica universales, puesto que cada uno de ellos posee un referente distinto. Del mismo modo, si ante un dato como un objeto blanco, un individuo afirma "Este objeto es blanco" y otro afirma "Este objeto no es blanco", no poseeríamos un referente común con el que poder determinar quién de los dos se equivoca.
Por otra parte, nos enfrentamos al problema contrario. En principio, los universales son infinitos (ya que, entre otras cosas, los números son universales y existe una infinitud de números), pero las mentes humanas existen en un número finito y tienen una capacidad finita.
Por último, la afirmación de la existencia de los universales como entidades mentales implica que en ausencia de mentes humanas no existen universales algunas, de tal modo que tendríamos que afirmar algo como que la blancura no existió antes de la existencia de la humanidad y dejaría de existir en ausencia de ella, lo cual puede resultar contrario a nuestras intuiciones básicas sobre el mundo.
Realismo inmanente
Otra forma de considerar a los universales como entidades concretas es la que los toma como inmanentes a los particulares, y por tanto existentes de manera independiente a la mente humana (a diferencia del conceptualismo), lo que permite esquivar los problemas a los que se enfrenta el conceptualismo. Esta idea se ha planteado de dos maneras diferentes, que se enfrentan a problemas específicos:
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Los universales existen como partes constituyentes de los particulares. La blancura existiría realmente como una propiedad poseída por los objetos x, y, z, etc., en tanto son objetos blancos. La consecuencia de esto es que los universales se caracterizarían por una "multilocalidad" (se encontrarían en diversos lugares al mismo tiempo).
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Los particulares son partes del todo constituido por el universal. La blancura sería una entidad cuya totalidad está constituida por cada uno de los objetos x, y, z, etc., de color blanco. Una dificultad planteada por esta versión del realismo inmanente es la indiscernibilidad de universales ejemplificados por los mismos particulares. Quine lo ejemplifica así: los seres que poseen corazón poseen también hígado; bajo esta óptica, ¿cómo diferenciamos las entidades universales "poseer corazón" y "poseer hígado", si están compuestas por exactamente las mismas partes?
El realismo inmanente, al considerar la relación entre particular y universal una relación de parte-todo, y no tanto de ejemplificación, puede resistir al problema de la regresión de Bradley. Sin embargo, se encuentra en dificultad para emplear a su favor el argumento del compromiso ontológico en el caso de universales que no son ejemplificados por ningún particular (como, por ejemplo, "brujería", "unicornio", etc.).
Nominalismo
La postura nominalista se caracteriza por el rechazo de la existencia real de los universales. Esta postura se origina en Guillermo de Ockham y su principio de economía (conocido como "navaja de Ockham"), según el cual no deben multiplicarse innecesariamente los objetos de una ontología. En otras palabras, será preferible una ontología austera, con un menor número de objetos, y la adición de cualquier objeto debe ser adecuadamente justificada.
Esto implica que la carga de la prueba de la existencia de universales recae sobre los realistas. Como hemos visto, los realistas asumen esta carga y emplean diversos argumentos para sostener la existencia de los universales, pero los nominalistas rechazan como inválidos tales argumentos, por lo que descartan la existencia de universales y reconocen solo la existencia de los particulares.
Aun así, existen diferencias entre los nominalistas, tanto por el modo en que refutan los argumentos realistas como por el tipo de particulares cuya existencia admiten. Ya hemos visto la distinción entre nominalistas hermenéuticos y nominalistas radicales:
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Un nominalista hermenéutico considera que un enunciado verdadero que parece implicar un compromiso ontológico con un universal no implica realmente dicho compromiso. Tal enunciado puede reformularse de tal modo que se comprometa solo con particulares.
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Un nominalista radical considera que un enunciado que implica un compromiso ontológico con un universal no es realmente verdadero, aunque pueda parecerlo. Si bien un enunciado del tipo "El ciudadano medio de España gana 2.000€ al mes" no nos parece falsa del mismo modo que un enunciado del tipo "El salario mínimo interprofesional es de 600€ en España actualmente", esto se debe simplemente a su semejanza con otro enunciado que sí sería verdadero: "Aplicando la media aritmética de los salarios de los ciudadanos españoles, obtenemos el resultado de 2.000€". No obstante, como "el ciudadano medio" no tiene una existencia real, no podemos considerar verdadero el enunciado.
Por otra parte, los nominalistas se distinguen por el tipo de particulares que admiten:
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Los nominalistas de la sustancia toman como particulares existentes objetos materiales diversos (un apartamento, un individuo humano, un árbol, etc.).
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Los nominalistas de tropos reconocen la existencia de entidades más básicas como las propiedades particulares de un objeto (la particular blancura de los pétalos de esta flor concreta). Algunos consideran, incluso, que los objetos no tienen entidad por sí mismos, sino que son agregados de estos tropos.
Aunque el nominalismo pueda verse fortalecido por su refutación de los argumentos realistas, su gran obstáculo es el argumento del compromiso ontológico, pues para desecharlo completamente los nominalistas tendrían que ser capaces de dar cuenta alternativa de todos los enunciados ontológicamente comprometidos con universales que se emplean en el habla cotidiana y en el corpus científico, lo cual no es tarea fácil, puesto que no es dicho que todos estos enunciados puedan reformularse del mismo modo y el caso es que los empleamos de forma frecuente. Con todo, el nominalismo es la postura más aceptada, junto con el platonismo, en la actualidad, si bien, como puede apreciarse, esta no es una cuestión zanjada.