El concepto de causa es uno de los conceptos clásicos de la metafísica occidental, tal y como fue sistematizada por Aristóteles.
El término causa (idéntico en latín) traduce el griego aitía, que en origen significaba un procedimiento judicial (una causa judicial). Por el contrario, en latín el término estaba vinculado a la defensa (y de ahí términos contemporáneos como "cautela" o "precaución"). El significado filosófico (que daría sucesivamente lugar al significado cotidiano que hoy manejamos) vendría fijado por Aristóteles, quien introdujo el estudio de las causas primeras en su filosofía primera o metafísica. No obstante, ya en Platón encontramos esta noción, por ejemplo en el Filebo, donde afirma que toda cosa que comienza a existir tiene una causa; asimismo, considera que los entes sensibles tienen por causa las Ideas o Formas.
Para Aristóteles, la causa de una cosa es lo que permite explicarla. En este sentido, identifica cuatro tipos de causa, que tendrían una enorme influencia en la filosofía posterior:
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La causa material, referente a la materia inmanente de la cosa.
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La causa formal: el modelo que conforma la esencia de la cosa.
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La causa eficiente: aquello de donde procede el principio primero del cambio o de la quietud.
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La causa final o fin al que una cosa se dirige o tiende.
En la Edad Media, se darían principalmente dos posiciones contrapuestas: el ejemplarismo (propuesto por San Agustín y defendido por San Buenaventura) y la concepción tomista.
Según San Agustín, causa en sentido propio y eminentemente es solo Dios, que, como creador, opera sobre las cosas eternas. En Dios están contenidas eternamente las esencias de todas las cosas, de tal modo que las cosas tienen su verdad ontológica en tanto que encarnan o ejemplifican el modelo que está en la mente divina.
Tomás de Aquino, por el contrario, recogería la teoría de las cuatro causas de Aristóteles y la vincularía al estudio del movimiento, definiendo la causa como aquello de lo cual algo se sigue necesariamente, o como principio positivo del cual algo procede con dependencia del ser (este último aspecto es el que diferencia la causa de los principios en general). A continuación, clasifica las dos primeras como causas intrínsecas (asociando la causa material a la potencia y la causa formal al acto) y a las segundas como causas extrínsecas del mismo. La cosa tiene necesariamente una causa final desde el momento en que el movimiento es un paso de la potencia al acto (que es su final), pero por otra parte requiere de forma preeminente de un agente externo que dé lugar a este paso, pues no se produce espontáneamente. Esto da lugar a una cadena de causas, lo que fundamenta una de las vías o argumentos de la existencia de Dios de Tomás de Aquino: si todo tiene una causa, debe haber una causa primera que a su vez es incausada, y esta causa primera es Dios.
Una primera importante valoración crítica del concepto de causa lo encontramos en Guillermo de Ockham, quien rechaza el argumento del aquinatense. Si bien Ockham consideraba aceptable la explicación causal, para él tenía un carácter inductivo, es decir, se fundamentaba en la experiencia. Según su teoría del conocimiento, todo conocimiento proviene en primer lugar de la sensibilidad y no podemos conocer un objeto más que a través del objeto mismo. Esto implica que al conocer un objeto podemos saber que tuvo una causa, pero no existe modo cierto de determinar qué causa; en otras palabras, no podemos conocer una causa a través de un efecto. Sobre esta base, el argumento de Tomás de Aquino al respecto de la causa primera queda invalidado. Para Ockham, no podemos retrotraernos a la cadena de causas a partir de un objeto, por lo que no podemos determinar si hay una causa primera, y tampoco hay motivo racional o lógico alguno para desechar la posibilidad de que haya una regresión al infinito en la cadena de causas. Por todas estas razones, Ockham considera que no es posible demostrar racionalmente la existencia de Dios, sino que esta debe ser aceptada por fe.
En lo referente al concepto de causa, como hemos visto, no lo rechaza absolutamente. Define como causa de una cosa aquello cuya posición implica necesariamente la posición de la cosa y cuya no-posición implica la no-posición de la cosa en cuestión (Sentencias). Por ello, las causas solo pueden ser investigadas inductivamente, por un método de exclusión: si al poner un objeto a, el objeto b es puesto, y al no poner el objeto a el objeto b no es puesto, podemos considerar a como causa de b.
En la Modernidad, el concepto de causa queda asimilado al concepto de razón, de tal modo que se habla de causa sive ratio. Se considera que la relación entre causa y efecto es análoga a la relación entre principio y consecuencia.
La crítica más destacada y con mayor peso en la historia del pensamiento sucesivo con respecto a la noción de causalidad viene dada por Hume, quien lleva el empirismo a sus extremas consecuencias. Sobre la base de su teoría del conocimiento, para verificar la verdad de una idea hay que retrotraerse a la impresión que la ha originado. Si aplicamos este criterio al concepto de causa, argumenta Hume, se descubre como equívoco o ilusorio. En realidad, las relaciones de causalidad no son más que un producto de nuestra imaginación basado en la costumbre: al experimentar un objeto a y un objeto b como contiguos y sucesivos, y objetos que entendemos como similares a a se nos presentan varias veces en relación de precedencia y sucesión con respecto a objetos similares a b, desarrollamos la creencia de que a y b mantienen entre sí una relación de causalidad; sin embargo, no poseemos impresión alguna de la causalidad misma. No estamos lógicamente justificados a afirmar que una serie de experiencias repetidas en el pasado implica necesariamente que su repetición continuará en el futuro (problema que vendría a conocerse como problema de la inducción y que Popper apodaría, precisamente, como problema de Hume).
Las consecuencias de este planteamiento suponen un escepticismo que Kant quería superar, encontrando el modo de incorporar la crítica empirista al racionalismo, pero sin cerrar la posibilidad del conocimiento objetivo y universal. Así pues, si el principio de causalidad era en Hume un juicio a posteriori, al que se llega por inducción sobre la base de la experiencia, Kant argumentaría que se trata de un juicio a priori. Esto lo hace mediante su giro trascendental, por el cual nociones metafísicas clásicas (como la de causa, aunque no solo) dejan de ser propiedades o principios de la realidad en sí y pasan a ser conceptos puros del entendimiento con los cuales la mente humana puede conocer el mundo. El de causa (con su correlato de la dependencia), entonces, es un concepto puro del entendimiento, correspondiente a los juicios hipotéticos según relación, y sobre su base se asienta el principio de causalidad, según el cual todo lo que ocurre posee una causa.
Durante el siglo XIX, y hasta mediados del siglo XX, bajo influencia del positivismo, el problema de la causa es dejado de lado, bajo la idea de que se trata de un concepto metafísico, en un sentido peyorativo (contrapuesto a la filosofía o a la ciencia positiva, que se basa en los hechos y abandona cuestiones consideradas puramente especulativas). La influencia de la crítica humeana al concepto de causa se hace notar en los intelectuales fenomenistas y neopositivistas hasta bien entrado el siglo XX. No es hasta a partir de, aproximadamente, los años 60, cuando se rescata la reflexión en torno a la causa, esta vez desde una perspectiva pluridisciplinar, donde ámbitos diferentes como la psicología, la física, la química y las ciencias sociales reflexionan en torno a qué significa la causalidad en el contexto de sus ámbitos de estudio.
En síntesis, entonces, podemos distinguir tres sentidos del concepto de causa tal y como lo hemos visto en estos párrafos:
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Como un principio del ser: la descripción causal se refiere a la naturaleza objetiva de las cosas. Esta es la opción más claramente ontológica y metafísica, correspondiente al realismo clásico.
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Como legalidad: la causalidad es una ley de la naturaleza que llegamos a conocer mediante la experiencia. Bajo esta óptica, la causalidad se identifica con la capacidad de predicción.
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Como postulado: la causalidad es una suposición sintética a priori que no se puede justificar solo por generalizaciones empíricas deductivas, pero que es condición necesaria para que haya un conocimiento racional.
Ver también: Principio de causalidad.