La palabra “libertad” procede del latín libertas, concepto que expresa la condición del liber, aquel hombre adulto que no es esclavo y pertenece a la comunidad como sujeto de derecho y adquiriendo unas determinadas obligaciones. Esta misma condición es expresada en griego con el término eleútheros. Así pues, tenemos que en origen el concepto de libertad se define eminentemente como no-esclavitud y tiene que ver con la pertenencia a una comunidad, que comporta derechos y deberes. A partir de aquí, veremos que se desplegarán diferentes sentidos filosóficos de la palabra.
Breve recorrido histórico
En la filosofía antigua, tenemos dos principales usos del concepto de libertad. El primero de ellos tiene un sentido político: como libertad de un pueblo frente a otros pueblos, lo que le da la capacidad de auto-gobernarse, o como la libertad del individuo que pertenece a una determinada ciudad y sigue sus leyes y costumbres, y no otras. Este sentido político marcará o servirá de referencia para la deriva propiamente filosófica del término, que estará vinculada al siguiente problema: si la concepción filosófica de la naturaleza la concibe como regida por la necesidad de una regularidad o ley universal, ¿puede el ser humano ser libre?, ¿en qué sentido?
Platón afrontará este problema sobre la base de su dualismo: existe un ámbito de los seres sensibles y un ámbito de los seres inteligibles. En cuanto sensibles y materiales, los cuerpos humanos están sujetos a la generación y a la corrupción, así como a la necesidad natural. Sin embargo, los seres humanos poseen también alma, de cuyas tres partes (concupiscible, irascible y racional), la parte racional es la más próxima al ámbito de lo inteligible o “mundo de las ideas”, lo que le concede una cierta independencia o trascendencia con respecto a la necesidad natural que posibilita la libertad.
Aristóteles, que rechaza el dualismo platónico y convierte en inmanentes los universales que Platón había hipostatizado como entes inteligibles separados, afronta este problema desde otro ángulo, pero llegando a conclusiones similares. En efecto, recoge la concepción tripartita del alma platónica, postulando la existencia de un alma (inmanente al cuerpo en este caso) que posee funciones vegetativas, sensibles y racionales. La función racional del alma, exclusiva y característica de los humanos, es capaz de no hacer referencia al mundo sensible, por ejemplo mediante la imaginación. De esta manera, se abre un ámbito de desvinculación con respecto a lo ya dado que posibilita que el ser humano ejerza las actividades éticas y contemplativas que le son propias.
En ambos casos, se llega a un determinado ideal de hombre sabio, que es aquel máximamente guiado por la razón y, por tanto, máximamente sustraído a la necesidad natural, o lo que es lo mismo, máximamente libre. Este ideal perviviría en las escuelas helenísticas, como el estoicismo y el epicureísmo, donde el hombre sabio es aquel que no es esclavo de sus pasiones, porque es capaz de dominarlas guiándose por la razón.
Con el advenimiento del cristianismo, el problema de la libertad adquiere un significado marcadamente teológico. San Agustín afirma que el ser humano posee dentro de sí impresas las leyes de Dios y que posee una voluntad que libremente puede decidir si seguirlas y aproximarse a Dios o bien rechazarlas y alejarse de Dios. Sin embargo, para encontrar la fuerza para seguir las leyes y acercarse a Dios necesita el auxilio de la gracia. Esto supone un problema que perdurará a lo largo del pensamiento cristiano: si la gracia es algo gratuitamente concedido por Dios, y no en virtud del mérito, ¿cómo es posible la libertad?
San Agustín responde a esta cuestión sobre la base de una distinción entre la libertad y el libre albedrío. El libre albedrío (liberum arbitrium) es la facultad de la razón y de la voluntad que todo hombre tiene y que le permite elegir entre el bien y el mal, pero la libertad (libertas) la obtiene solo cuando hace un buen uso del libre albedrío, para lo cual necesita el concurso de la gracia. De esta manera, la gracia no solo no negaría la libertad, sino que sería su condición de posibilidad.
Semejantemente, aunque desde otro punto de vista, Tomás de Aquino plantea una distinción entre la voluntad y el libre albedrío. Para empezar, Tomás de Aquino, fuertemente influenciado por Aristóteles, considera que el ser humano tiene un fin -el bien o la felicidad- al que tiende naturalmente (es decir, no le es impuesto por coacción). Dicho de otro modo, la voluntad tiende naturalmente al bien como fin. Sin embargo, el ser humano posee libre albedrío, que es la misma facultad de la voluntad pero orientada a los medios mediante los cuales alcanzar el fin, y sobre esto posee libertad (no existe una única manera predeterminada de perseguir el fin natural).
En los albores de la Modernidad, el problema pierde su fuerte impronta teológica y, en cierto modo, se aproxima de nuevo al planteamiento antiguo, al formularse bajo la pregunta de cómo es posible la libertad en un orden natural necesario. Los empiristas (como Hobbes o Locke) harán énfasis en la capacidad de libertad del ser humano, que se sustrae a la necesidad natural, mientras que los racionalistas (como Spinoza o Leibniz) concebirán la libertad como adecuación o coincidencia con el orden necesario. Por ejemplo, Spinoza define como libre a aquel ser que es causa de sí mismo y no causado por otro (en su sistema, este ser solo puede ser Dios o la Naturaleza, definido como causa sui).
Kant se acercará de un modo diferente a este problema, no poniendo en un mismo plano de realidad la necesidad y la libertad. El ser humano no está o bien sometido a la necesidad o bien sustraído a ella, sino ambas a la vez: el hombre, en cuanto realidad física, está inserto en el mundo natural y por tanto sometido a sus leyes, que son necesarias, pero en cuanto ser racional, posee una realidad moral donde es capaz de legislarse a sí mismo. En esta capacidad de autolegislación o autonomía reside la libertad del ser humano, que no lo sustrae del orden natural por completo, sino que se circunscribe a la capacidad de auto-dotarse de máximas que guíen su acción (frente a la acción heterónoma guiada por deseos y apetencias).
Planteamientos contemporáneos
En 1958, se publica la conferencia de Isaiah Berlin titulada “Two Concepts of Liberty”, en el que formularía su famosa distinción entre dos formas de concebir la libertad. Por un lado, se encontraría la libertad negativa, que es aquella forma de pensar la libertad como ausencia de interferencias, es decir, como libertad frente a algo. Por otro lado, se encontraría la libertad positiva, como forma de pensar la libertad que demanda la presencia de unas determinadas condiciones que permitan ejercer la libertad para algo.
Esta influyente distinción abriría el ámbito del pensamiento político a la filosofía analítica, hasta ese momento más circunscrita a cuestiones epistemológicas y ontológicas. No obstante, recibiría algunas críticas por parte de pensadores posteriores, como Adam Swift, quien argumentaría que esta distinción es trivial o inadecuada en tanto, según él, todas las concepciones de la libertad responden implícitamente a ambas cuestiones (el frente a qué y el para qué de la libertad). Así pues, podrían ser más útiles otras categorías con las que clasificar los modos de pensar la libertad en el pensamiento contemporáneo, sin reducirlas a dos.
Una de ellas ya la hemos mencionado. Sería la libertad kantiana, concebida como libertad del individuo para actuar conforme no a sus deseos y apetencias, sino a los designios de su razón, capaz de autolegislarse y autodeterminarse.
Por otra parte se encuentra la libertad liberal, aquella que Berlin habría caracterizado como libertad negativa por definirse como la “no interferencia”. Sin embargo, implícitamente, la concepción liberal de la libertad se presenta como la no interferencia para realizar los propios designios del individuo. Bajo esta concepción (sostenida, por ejemplo, por el propio Berlin y por Rawls), la incapacidad económica para ejercer una determinada libertad no constituye una ausencia de libertad, sino solo un menor valor de dicha libertad: formalmente, sigo poseyendo tal libertad, aunque tenga menor valor para mí porque no puedo ejercerla.
Otra forma de concebir la libertad es la libertad republicana, que entiende la libertad como no dominación. A diferencia de la concepción liberal, la republicana considera que uno es libre en tanto se auto-gobierna, es decir, si existe la posibilidad de que otro agente imponga su voluntad sobre mí, aunque no lo haga, no soy libre. Algunos pensadores argumentan incluso que el propio hecho de saberme bajo el control de otro agente ya impide mi libre decisión. Por esta razón, quienes adoptan esta concepción de la libertad consideran imprescindible que las personas tengan acceso a la participación política.
Por otra parte se encuentra la libertad socialista, defensora de lo que llaman una “libertad efectiva”. No tiene ningún significado, argumentan contra las concepciones formales de la libertad, poseer una libertad que no se puede ejercer. En este sentido, la incapacidad económica se puede pensar de hecho como una forma de interferencia extrínseca, y no tanto como una incapacidad intrínseca del individuo (equiparable a condiciones como la enfermedad), de modo que la concepción liberal de la libertad sería inconsistente. Una postura de este tipo ha sido defendida por G. Cohen.
Puede hablarse también de una libertad humanista cívica, sostenida por pensadores como Hannah Arendt. Fuertemente inspirado por la Grecia clásica, el humanismo cívico considera el ser humano como animal político que, por tanto, se realiza plenamente en el ámbito de lo público. Por ello, a diferencia de la concepción republicana, no considera que la libertad resida en la posibilidad de acceder a la actividad política (como medio para que no se dé un estado de dominación), sino en la participación misma.
Por último, se han dado en el siglo XX otros enfoques a la noción de libertad con connotaciones no tan políticas. Podríamos llamarlo libertad ontológico-existencial, y considera la libertad no como una propiedad que el hombre puede tener o no tener, sino como algo que simplemente es. Para Heidegger, por ejemplo, la libertad no es algo que se posee, sino algo que posee al hombre, y que tiene que ver con la verdad: es en la libertad de dejar ser al ser donde el hombre puede acceder a la verdad como desvelamiento (aletheia). Por otro lado, pensadores como Sartre u Ortega y Gasset afirman que la libertad no es algo que el hombre posea, sino algo que el hombre constitutivamente es; tanto es así que Sartre define al hombre como ser-libre, “condenado a la libertad” (Ortega dirá que el hombre es el ser que es fatalidad y libertad). En tanto el hombre no tiene su esencia ya dada (“En el hombre la existencia precede a la esencia”, según Sartre, la vida humana es proyecto, en Ortega), su vida es siempre elección y no puede por menos que elegir.
Negación de la libertad
Por último, queda mencionar que existen algunas concepciones según las cuales la libertad no existe o no es posible, a las cuales denominamos deterministas. El determinismo puede referirse al mundo o universo en su conjunto, en cuyo caso hablamos de:
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Determinismo metafísico: todo acontecimiento tiene una causa de la que se sigue siempre necesariamente. Esta postura no se formula a partir de la observación o de la experiencia, sino que se deduce a partir del principio de razón suficiente propuesto por Leibniz.
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Determinismo físico: propuesto por Laplace, quien planteó que de existir una inteligencia con una infinita capacidad de cálculo y que pudiera conocer la posición y momento de todos los objetos del universo, esta podría conocer todas sus posiciones y momentos pasados y futuros.
En el siglo XX, el desarrollo de la mecánica cuántica ha descartado el determinismo físico, sobre la base del principio de indeterminación (formulado por Heisenberg) de las partículas a un nivel cuántico. Esto introduce una dimensión de azar y probabilidad en el universo que no es compatible con el determinismo físico. Por esta razón, a día de hoy cuando se habla de determinismo se suele circunscribir al ámbito de la acción humana. Desde este punto de vista, podemos distinguir:
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Determinismo teológico: las acciones humanas están determinadas por el destino.
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Determinismo genético: el temperamento y la conducta humanas están determinadas por el código genético de cada persona.
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Determinismo psicológico: las elecciones de una persona están determinadas por deseos o motivaciones inconscientes.